Gen Z, modelo queretano…
“Gen Z, modelo queretano y la pregunta que nadie quiere contestar”
El poder detrás del relato (EDR)
Por: Scribo Ut Gnoseam
En un mismo fin de semana convivieron dos postales que dicen más de la política mexicana que cualquier encuesta: en Ciudad de México, un Palacio Nacional amurallado, gases lacrimógenos, policías heridos y jóvenes etiquetados como manipulados; en Querétaro, marchas con saldo blanco, monumentos sin blindaje y un gobierno municipal que presume haber acompañado la movilización con confianza en la ciudadanía.
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La llamada marcha Z no fue sólo una protesta generacional; fue un examen político para todos. Para el gobierno federal, que reaccionó con manual viejo: reducir el descontento a complot, exagerar la presencia de “infiltrados” y recordar que en la narrativa oficial siempre hay alguien detrás de los jóvenes. Para las oposiciones, que corrieron a tomarse la foto sin preguntarse si están preparadas para sostener, en serio, las demandas de una generación que ya no se traga los discursos en automático. Y para estados como Querétaro, que llevan años construyendo la idea de ser una excepción en un país desbordado por la violencia.
La Generación Z llegó al escenario político sin pedir permiso. Lo hizo con carteles, con celulares y con una mezcla de rabia y hartazgo que no nace de Twitter, sino de la experiencia cotidiana: miedo a la violencia, precariedad económica, servicios públicos que no alcanzan y un futuro que se les ofrece en abonos chiquitos, como si el país fuera una tienda en eterno Buen Fin.
Porque ahí está otro espejo incómodo: mientras se marchaba en las plazas, los centros comerciales rebosaban de ofertas irrepetibles y meses sin intereses. El Buen Fin, dicen algunos articulistas, ya no es una fiesta del consumo, sino una radiografía social: siete de cada diez mexicanos se endeudan, no porque quieran vivir por encima de sus posibilidades, sino porque su ingreso no les alcanza para vivir dignamente. En Querétaro, los números de desarrollo conviven con otra estadística que duele: la diabetes crece, miles de personas no saben que la padecen y el sistema de salud llega tarde, mal y nunca para demasiadas familias.
La tensión es clara: un modelo que se presume exitoso a partir de la inversión, la seguridad y la reducción de la pobreza; y una vida cotidiana donde el crédito tapa lo que el salario no resuelve, donde la receta no se surte completa y donde el diagnóstico de enfermedades crónicas llega cuando las complicaciones ya están encima. Entre esos dos planos se mueve la política queretana, tratando de convencer a los jóvenes de que el futuro está garantizado, siempre y cuando confíen en la ruta marcada.
Del lado del gobierno estatal y municipal, la apuesta es nítida: Querétaro como “faro de luz”, como ejemplo de que se puede gobernar con orden, planeación y obras que “no se ven, pero se sienten”. Obras pluviales que prometen reducir en 70% el impacto de las lluvias, programas sociales que disminuyen la pobreza y la carencia alimentaria, un entorno de seguridad que presume una ausencia total de ataques a alcaldes en un país donde el cargo se ha vuelto de alto riesgo. Frente al caos nacional, el Modelo Queretano de Bien Común se vende como antídoto.
Y algo de razón hay en ese relato: los datos importan, la infraestructura se nota y la seguridad no es un invento. Pero la pregunta EDR es otra: ¿basta con ser excepción estadística para mantener legitimidad política, especialmente entre quienes tienen veinte años y no están dispuestos a esperar otros veinte para que cambien las cosas?
En paralelo, el Congreso local ofrece una escena menos luminosa. Entre amenazas de no aprobar el presupuesto del gobernador, iniciativas sobre aborto que se congelan y una parálisis que parece más electoral que legislativa, la Legislatura queretana se ha convertido en el ejemplo perfecto de cómo la política puede bloquearse a sí misma cuando 2027 pesa más que cualquier reforma. La disputa ya no es sólo por quién tiene la mayoría, sino por quién se apropia del relato: ¿la oposición responsable que frena excesos, o el oficialismo eficaz que no puede avanzar porque lo sabotean?
Para Gen Z, que observa desde fuera, la escena es poco inspiradora: un Congreso utilizado como sede de actos partidistas, una discusión sobre derechos (como la interrupción del embarazo o la defensa del agua) que se decide más por cálculo de costos electorales que por argumentos públicos, y una clase política que se retrata más en informes multitudinarios que en acuerdos concretos.
Mientras tanto, en otra esquina del tablero, MoReNa y la 4T libran su propia batalla discursiva. A nivel nacional, promueven la imagen de un Estado que al fin se atreve a tocar a los intocables: investigaciones contra magnates, casinos bajo la lupa, discursos contundentes de que “nadie está por encima de la ley”. En Querétaro, sin embargo, esa narrativa se topa con dos obstáculos: un electorado que ha comprado durante años la idea de que la seguridad y la estabilidad son patrimonio de los gobiernos panistas, y una juventud que no necesariamente se identifica con los viejos códigos del obradorismo, pero que tampoco se emociona con las versiones recicladas de la derecha tradicional.
Por eso MC aparece en las columnas como el partido al que nadie quiere atacar todavía: todos sospechan que mañana podrían necesitar sus votos o su narrativa fresca. Pero crecer a la sombra también tiene límites: la Generación Z no sólo quiere nuevos colores, quiere nuevas prácticas.
En este contexto, el planteamiento del IEEQ de bajar la edad mínima para aspirar a la gubernatura es más que un detalle técnico: es una señal de que las instituciones han entendido, al menos en el papel, que la próxima disputa por el poder tendrá que incluir rostros y biografías más jóvenes. Lo que está por verse es si ese cambio en las reglas se traducirá en algo más que candidaturas cosméticas respaldadas por los mismos de siempre.

El poder detrás del relato, en estos días de noviembre, se juega en tres capas:
– en la calle, donde los jóvenes ponen el cuerpo y la voz;
– en los mercados y hospitales, donde se vive la desigualdad sin necesidad de leer columnas;
– y en las instituciones, donde se reparten culpas y se administran expectativas rumbo a 2027.
Querétaro ha elegido contar de sí mismo la historia de un oasis: seguro, ordenado, con cuentas claras y programas que funcionan. La marcha Z y el Buen Fin, sin embargo, recuerdan que incluso los oasis tienen grietas: deudas que se acumulan, enfermedades que se diagnostican tarde, congresos que se paralizan, juventudes que dejan de creer.
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La verdadera pregunta no es si el Modelo Queretano sigue siendo mejor que el promedio nacional. La pregunta es si ese modelo está dispuesto a abrirse, a escuchar y a incorporar de verdad la energía y las exigencias de una generación que ya no se conforma con que le digan que aquí “estamos mejor que en otros lados”. Gen Z no marcha para tener un Querétaro menos malo que el resto del país; marcha porque quiere un Querétaro –y un México– a la altura de lo que le prometieron.
Ahí está el poder detrás del relato: en decidir si la próxima historia que se cuente sobre Querétaro será la de un estado que supo leer a tiempo a sus jóvenes, o la de un modelo que se miró tanto en el espejo de sus éxitos que olvidó voltear a ver la calle.
Scribo Ut Gnoseam
El poder detrás del relato (EDR)
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